La lluvia caía suavemente sobre el asfalto, solo removida por una suave brisa, que hacía levantarse algunas hojas caídas en el suelo.
El humo del tabaco se disolvía en el ambiente, como un suave baile de volutas que acariciaban su rostro delicadamente, difuminándolo como en un sueño, sólo sus ojos verdes clavados en el infinito, destacaban en el garito gris, de esa ciudad gris, bajo ese cielo gris, que parecía ralentizarlo todo.
Las horas transcurrieron en un fugaz parpadeo, contemplando a la mujer. Esta, permanecía sentada frente a la barra ante una copa que jamás terminaba, sólo la acariciaba con sus delicadas manos de porcelana, mientras parecía murmurar algo a través de sus labios color carmín. Parecía no querer abandonar aquel lugar, aquel antro hediondo de mala muerte, donde la presencia de un ángel no era comprensible. Yo sabía porque se escondía allí.
Era última hora de la madrugada, cuando el grasiento y rudo camarero comenzó a echar a los pocos borrachos que todavía se encontraban durmiendo sobre las mesas o el suelo del local. La última en ser expulsada fue la mujer.
- ¡Sal de aquí, zorra¡- le gritó el desalmado.- ¡Aquí ya no encontrarás ningún cliente!
Ella se giró, mirándolo con sus ojos verdes inundados en lágrimas de súplica, abrió la boca para hablar; pero las palabras expiraron en sus labios, desesperadas por saber que no serían escuchadas. Terminó su copa de un trago, bajó la mirada y se fue.
Caminó por la calle iluminada por unas pocas farolas parpadeantes. El viento acariciaba su corta melena azabache y sus tacones resonaban sobre el empedrado. Mientras, miraba asustada a su alrededor, sin saber donde ir, sin saber donde refugiarse del peligro que la acechaba y del que llevaba meses huyendo. Creyó ver una sombra, no sabía si sería producto de su imaginación, pero no la importó, comenzó a correr.
Pero no tenía escapatoria, por fin la había encontrado, a pesar de lo bien que se ocultó durante todos esos meses. Tendría que haber sido consciente desde el principio de que su muerte era inevitable. Soy un asesino profesional, nunca fallo pero dado que su belleza y su valor me han parecido dignos de ser recordados, he decidido que le proporcionaré una muerte casi tan dulce como su belleza.
- No debiste beber de ese vaso envenenado, preciosa-.
FIN
*Ilustración de Ricardo Fumanal
2 comentarios:
Alucinante. Preciosa la manera de contarla, muy fluida y casi poética.
La belleza de la muerte.
Gema
Muchas gracias, me alegra que te haya gustado, la verdad es que ese día me encontraba muy inspirada.
Un beso
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