Y el hombre era perfecto.
Lo entendía todo
Y la extraña y fascinante complejidad de su existencia tenía sentido para él. El hombre era la mejor de las creaciones divinas, veía con los ojos de Dios he hizo del mundo su casa.
“¡No, no y no!” exclamó Dios, desesperado. “¡No está bien!”
“¿Qué pasa ahora?”, preguntó el gato.”Míralo tú mismo”, y Dios señaló al hombre que estaba ayudando a bajar de un árbol a un pequeño animal.
“Se le ve a gusto en el mundo.”
“¿Y qué?”
“Me pone enfermo, ¿A ti no?”
El gato no acababa de ver el problema.
Todo son pautas. Todo influye sobre todo, pues en efecto, la vida entraña la muerte, que entraña la vida; pautas sencillas y maravillosas.
“¿Y qué?”, preguntó el gato. “A mi me funciona.”
“Si pero ahí se acaba todo. Cuando as colocado en su sitio todas las piezas del rompecabezas, ya está. Se acabó. No hay misterio ni enigma…”
“¿no hay cambios? Preguntó el gato, que intentaba seguir el hilo del pensamiento pero sin conseguirlo.
“¿Sabes qué? Hubiera dado lo que fuera por que mi obra me hubiera sorprendido aunque sólo fuera una vez.”
“¿Qué te iba a sorprender, si tu lo sabes todo de antemano?” dijo el gato.
“Es como una maldición” dijo Dios.
Y el tiempo, nube plúmbea que extiende su desolada sombra sobre la tierra, pasó.
Y Dios se dio cuenta de que había maldecido a la humanidad a su imagen, y así, un día hizo reunir a todos los hombres y mujeres y les puso al corriente de su decisión, que ellos no tenían por qué saberlo todo y, con un simple pensamiento, Dios les arrebató parte de su saber.
Luego Dios se sentó para ver qué pasaría a continuación.
El tiempo, una hoja, una nube, se había olvidado.
Continuara...
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