Al principio Dios creó el mundo porque pudo.
Creó sus paisajes, sus aguas, sus cielos y su vida he hizo de todo ello su casa.
La vida era particularmente apremiante, de una variedad infinita, siempre cambiante siempre perfecta. Los animales querían a su Dios y vivían para reverenciarle.
El tiempo hoja transportada suavemente por la punta de los dedos de una brisa, pasó.
“A veces”, le dijo dios a uno de Sus gatos, “resulta fácil sentirse satisfecho por lo que no cuesta esfuerzo, sobretodo cuando todos te dicen que está bien.” Y Dios revisó el mundo que había creado y vio que era inexorablemente perfecto.
“Puedo crear lo que se me antoje, mi imaginación es ilimitada”, dijo Dios. “Pero entonces, ¿Por qué me siento descontento con mi obra?”
“No sé, creo que es un buen trabajo”, comentó el gato abstraído.
“Eso creo” dijo Dios. “O sea, cumple con lo previsto, no hay duda. Pero el caso es que no dejo de preguntarme a que viene todo esto.”
“Bueno, tú lo hiciste, deberías saberlo.” dijo el gato.
“Verás ahora que lo tengo hecho no me parce tan… fascinante como me pareció cuando lo concebí.”
El gato, con pesar, miró allende su creador.
“Lo que más me gusta son los pájaros”, dijo.
“Sí” dijo Dios, “los pájaros también me gustan a mi. Oh, no sé. Creo que necesito un respiro.”
Y el tiempo, la vida de una mosca engullida por un pez, la vida del pez engullida por el gato, pasó.
Y Dios encontró un lugar tranquilo y solitario del mundo y escudriñó en Su interior en busca de inspiración y se creó a Si mismo de nuevo, un espejo un reemplazo un hombre.
Continuará...
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