martes, 8 de abril de 2008

El santuario maldito: Isabel Carrión


La mirada que le devolvía el espejo no era la suya, desde aquella noche Frank Ormston se sentía diferente, algo había cambiado, las cosas ya no parecían ser iguales. Tenía una percepción del mundo diferente.

Todo comenzó con aquella excavación. Desde hacía muchos años, su mayor deseo había sido dirigir su propia investigación arqueológica y dejar de trabajar para otros.

Frank había oído hablar de un pequeño pueblecito, del que se contaban terribles historias, acerca de ancestrales cultos, a dioses paganos. Se hablaba de horrorosos sucesos y desapariciones. La gente de la capital atribuía esas leyendas a la superstición popular, pero Frank pensó, que aquel tenía que ser un buen sitio para su primer proyecto en solitario, pues un lugar con tantos mitos, seguro que guardaba un gran secreto en su interior, algo digno de ser encontrado por un arqueólogo intrépido como él.

Tras muchos intentos y con mucho esfuerzo, consiguió el dinero y todo lo que necesitaba; a demás, contrató a un capataz para que se encargase de conseguir a los mejores trabajadores, se llamaba Marcus Weit era un hombre grande, fuerte, acostumbrado al trabajo duro y con grandes conocimientos de arqueología, Frank ya había trabajado con él en otras ocasiones, por eso sabía que era una persona inteligente y noble, a pesar de su aspecto y de su carácter rudo. También contrató a una ayudante, Clara Philips, que hacía honor a su nombre, pues era una mujer rubia, de piel muy pálida, casi sin color, con unos fríos hojos azules, que parecían verlo y calcularlo todo, era una persona metódica y ordenada, por eso contactó con ella, porque la necesitaba para organizar sus caóticos papeles.

Cuando todo estuvo preparado, partieron a la inaccesible y montañosa región de las supersticiones. Estuvieron viajando durante muchas horas, hasta que llegaron a los límites de la casi deshabitada comarca. Al principio todo parecía de lo más normal, frondosos bosques de robles y hayas limitaban la carretera por ambos lados, atravesaron largos y estrechos desfiladeros y rodearon hermosos y cristalinos lagos. Pero al ir introduciéndose cada vez más, empezaron a sentir una extraña y agobiante sensación. Los arboles de ambos lados de la carretera terminaron por cubrir el sol sobre ellos, sumiéndoles en una opresora penumbra, incomprensible para la hora del día que era, las ramas de los mismos parecían retorcerse, para formar posturas raras y antinaturales, parecían sentir dolor y en un intento de pedir auxilio, intentaban extender sus nudosas ramas, para frenar y atrapar a los vehículos, que pasaban por allí. Los ríos que discurrían cerca de la carretera, parecían fluir con dificultad, casi como si se arrastrasen sinuosamente por entre la densa y ondulante vegetación, para terminar desembocando en oscuros y fangosos lagos.

Por fin llegaron al pequeño pueblo, donde las casas eran viejas y sucias, estaban mal conservadas, las ventanas estaban rotas y los tejados a medio derruir. Montoncitos de desperdicios en descomposición se apilaban en las calles. A través de las rotas ventanas llegaba un horrible olor a podredumbre, casi peor que el que había en la calle.

Había poca gente en el pequeño pueblo, era gente reservada, esquiva, intentaban no hablar con ningún forastero y eludían el mirar a la gente directamente a los ojos, la aldea era más oscura de lo normal, a causa de la altura de los arboles y las montañas que había a su alrededor, que parecían ser más grandes de lo que debieran ser, esto hacía que la fisionomía de los habitantes pareciese estar siempre difuminada. Cuando se conseguía ver la cara a uno, se podía percibir una extraña proporción en sus rasgos, que los hacía parecer menos humanos y más amenazadores.

Los viajeros cada vez se sentían más inquietos y decidieron no pasar más tiempo allí, continuaron durante un rato más y a unos pocos kilómetros del pueblo encontraron, al fin, el lugar donde se haría la excavación, era un enorme claro en medio del retorcido bosque, el suelo en su superficie era blando, húmedo y pegajoso, como una mucosidad compuesta de plantas putrefactas. Debajo de ese fango la tierra parecía ser dura, así que allí asentaron el campamento y en un par de días ya lo tenía todo dispuesto para empezar.

Durante las primeras semanas no se encontró nada que tuviese gran importancia, lo único que lograron fue destrozarse las botas en el fangoso ácido que recubría el suelo, esto hizo que los trabajadores se desanimasen y se inquietasen, parecía que aquel lugar oscuro, siniestro y sucio, incitaba el pesimismo de todos, a pesar de todo, Frank estaba seguro de que allí había algo y sabía que llevaban muy poco tiempo como para rendirse.

A la sexta semana uno de los picos dio con algo duro en la tierra, parecía una simple roca, pero al cavar a su al redor vieron que aquella piedra, parecía formar parte de una construcción mayor, horadaron un poco más en la tierra y descubrieron una pared, de sillares ciclópeos tan bien escuadrados y pulidos, que la superficie era totalmente lisa, suave y casi tan cálida como la piel de un niño. Era extraño que las rocas del edificio, estuviesen en tan perfectas condiciones, a pesar del tiempo que había pasado y del lugar tan corrosivo en el que se hallaban.

Les resultó totalmente irrealizable coger una muestra del material, ya que su dureza hacía imposible incluso rallarlo, parecía no corresponder con ningún elemento conocido hasta entonces. Aquello sin dudad era un gran hallazgo para Frank, que se sentía eufórico al ver que tantos años de esfuerzos y de arduo estudio daban al fin su fruto. Sin embargo no tuvo el mismo resultado para los trabajadores, ya que el ambiente de preocupación seguía presente entre ellos.

Siguió el trabajo, cuanto más cavaban más grande parecía ser el edificio, daba la sensación de que no iban a terminar nunca. Marcus pensaba que no era lógico que un edificio así estuviese en ese lugar tan apartado, sin nada a su alrededor, un monumento de esas características no se hace para que esté solo, perdido entre montañas, bosque y desfiladeros y junto a un pueblo de desechos, sino para que se admire, pues es un símbolo de poder, que ha de ser respetado e incluso temido ¿O es que este lugar era una especie santuario y ellos lo estaban ultrajando?

Marcus Weit manifestó todos sus temores a su buen amigo Frank, pero este no le escuchó, él estaba seguro de que, todas esas especulaciones no eran más que temores impulsados por la superstición, si seguían cavando no solo conseguirían desenterrar el supuesto templo, sino que además encontrarían todo un poblado a su alrededor y no esa ciénaga infecta que habían visto al principio.

Durante varios meses los trabajos siguieron su curso, avanzaban muy despacio, pues la roca del suelo era cada vez más dura. Frank y Clara intentaron analizar su estructura, pero esta no correspondía con ningún estilo conocido, ni pertenecía a ninguna cultura que se hubiese encontrado antes. Era un hallazgo insólito, pero mientras ellos dos disfrutaban de su victoria como arqueólogos, el desasosiego de los obreros iba en aumento, aquel lugar influía negativamente en ellos, cada vez trabajaban peor y estaban de peor humor, sus ropas eran auténticos harapos, porque las rocas se las desgarraban y casi se las disolvían con cada jornada de trabajo. Los picos, las palas y todos los utensilios utilizados, estaban mellados y desgastados a pesar de ser de buena calidad. Empezó ha haber altercados, cada vez más violentos. Marcus no pudiendo controlarles por más tiempo, acudió a Frank, éste les prometió un aumento de sueldo ropa y herramientas nuevas, a cambio ellos mejorarían su comportamiento y su rendimiento. Tras este trato los obreros se mostraron más tranquilos, ante la perspectiva de mejora de su situación de trabajo.

Pasaron varias semanas pero el cargamento no llegaba y los ánimos estaban empezando a descontrolarse, afortunadamente, otro gran descubrimiento los distrajo levantando el ánimo de todos. Por fin habían encontrado la puerta de la interminable pared, era tan enorme que Marcus calculó que tardarían por lo menos tres semanas en desenterrarla entera. También notaron que había una extraña sustancia, cubriendo las juntas de la puerta, era un singular limo de un atípico tono pálido, era muy flexible pero duro al tiempo, tenía un aspecto grumoso, pero suave al tacto y parecía como si emanase calor propio. Frank y Clara cogieron una muestra del siniestro elemento y la llevaron al laboratorio para analizarla.

Después de este gran éxito, los empleados volvieron a su actitud anterior, el malestar fue aumentando progresivamente, el capataz ya no sabía que hacer, él también estaba empezando a sucumbir al desánimo y a la desesperación.

Por su parte, los dos arqueólogos, cada vez se ocupaban menos de los obreros y se sumergían más y más en su trabajo de analizar la singular sustancia. Le hicieron todo tipo de pruebas, pero no averiguaron que podía ser, advirtieron además, que el trozo sufría ciertos cambios, a lo largo de los días parecía aumentar de tamaño y peso, el pequeño elemento creció tanto en tan poco tiempo que, tuvieron que sacarlo de la probeta y meterlo en un matraz grande, ambos arqueólogos estaban perplejos. Decidieron mantener el secreto de estos acontecimientos, para no alterar más los ánimos de los trabajadores y evitar a Marcus más preocupaciones.

Una noche Clara y Frank estaban en el laboratorio, seguían sumergidos en su experimentos, a estas alturas ya habían perdido todo contacto con la realidad y se habían olvidado casi por completo, de la difícil situación, que Marcus tenía con los empleados, que estaban al borde del motín y estaban empezando a comportarse como los habitantes del pueblo que tenían al lado. Aquella noche, se la pasaron entre probetas y tubos de ensayo, como todas las anteriores, para ellos el tiempo había dejado de tener significado. Cada vez dormían menos y de hecho parecían no necesitarlo, hacía tanto tiempo que no salían de su cabaña y sin que les diera la escasa luz solar que llegaba al infecto claro, que su aspecto era pálido y enfermizo, en el caso de Clara se podría decir que casi tenía el aspecto de un difunto.

Ya de madrugada el capataz entró en la sala de descanso de los estudiosos, para comunicarles sus temores con respecto a los excavadores, pero nada más cruzar el umbral notó un escalofrío que le recorrió la espalda y se sintió momentáneamente paralizado por el miedo, a causa del aspecto cadavérico de ambos. Cuando le vieron entrar, rápidamente le peguntaron que le había traído allí, Marcus después de tragar saliva, les contó que sospechaba que los trabajadores iban ha hacer un motín inminentemente, Frank le preguntó que cómo estaba tan seguro pero éste no pudo contestar pues una enorme algarabía de gritos y objetos rompiéndose, llenó todo el claro.

Marcus salió disparado hacia la puerta, para ver que pasaba, pero no consiguió llegar, una masa enorme gelatinosa e informe procedente del laboratorio, cubría todo el pasillo, un grito de horror desgarró la garganta del capataz, Frank y Clara corrieron tras él para ayudarle, pero al ver al terrible engendro, el espanto se apoderó de ellos y sus gritos resonaron en la penumbra. Corrieron a encerrarse en la habitación, pero Clara se quedó a tras paralizada por el pánico, cuando reaccionó ya era demasiado tarde, pues el ser ya estaba casi encima de ella y alargaba uno de sus tentáculos para atraparla, Frank consiguió agarrarla de la mano y tirar de ella, mientras se aferraba al marco de la puerta, ya que la criatura había envuelto el torso de Clara con una de sus infectas protuberancias, ella gritaba histérica y Frank lloraba y tiraba con todas sus fuerzas, al tiempo que veía como el cuerpo de Clara se iba deformando, llenando de yagas, veía como los ojos se le salían de las orbitas, estaba siendo absorbida por la criatura, por fin la mano de Clara se le resbaló y la sustancia, que ya estaba en la puerta, entraba en la habitación, Marcus se encontraba en el otro extremo intentando contener a los trabajadores, que gritaban y con picos y palas atacaban al capataz sin piedad, como si estuvieran poseídos por algo peor que el demonio.

Un chorretón de sangre salpicó la cara de Frank y la cabeza de Marcus rodaba por el suelo, lo que antes habían sido personas, entraban por doquier, la masa gelatinosa los zarandeaba y arrojaba contra las paredes, les absorbía la vida, sus caras quedaban pálidas, desfiguradas y con pústulas...

Frank Ormston nunca contó a los múltiples psiquiatras que lo trataron durante el resto de su vida, como salió de allí, pues afirmaba no recordarlo, aún así él sabía que la mirada que le devolvía el espejo no era la suya.

Fin del concurso de aullidos.com



Estos son los relatos ganadores:

Premio del Jurado: 'Carla y su Cuerpo'
Premio del Públic: 'Amando a Gretel'
¡¡FELICIDADES A AMBOS!!

Invito al os que no hayáis leído estos relatos a que los echéis un vistazo.